
En la hoguera
Estoy en camisola, con todo mi cuerpo ensangrentado y embarrado, atada de pies y manos, con una áspera y gruesa soga. Colocada encima de una gran pira, dispuesta a recibir justo castigo a través del fuego purificador.
Fray Tomás de Torquemada, máximo inquisidor general, está siendo el encargado de la extirpación de los herejes en Castilla y Aragón. Hoy 1 de Julio de 1488 me ha tocado a mí ser la beneficiaria del peso del Santo Oficio. Durante días me han sometido a torturas y vejaciones, que ahora no relataré por respeto a mis seres queridos. Pero he resistido, no he confesado nada de lo que no fuera culpable, como tampoco he testificado contra nadie.
Mi existencia ha sido plena. De lo único que soy culpable es de ayudar a mis semejantes. Interesada por las propiedades curativas de la naturaleza y orientada por la tradición de las mujeres de mi familia, he dedicado mi vida a curar infinidad de males, corpóreos y espirituales, a personas de todas las razas y religiones sin importarme su dogma. En cuanto a mis creencias religiosas, por las que también se me juzga, he de decir que mis convicciones me han llevado a la conclusión de que tod@s somos fruto de la casualidad y no de la voluntad de un creador superior.
Mi presencia en esta vida será fugaz, pero he vivido libre hasta ahora, como mujer, emancipada y responsable de mis actos solamente ante mi conciencia.
Por eso hoy voy a morir en paz conmigo misma.
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